En un mundo perecedero y fugaz nuestra revolución es el-para-siempre.

La revolución es replantearse el deseo y las ganas de concretarlo. Revisar, re-visitar, reescribir y habitar el cambio de velocidad con la que percibimos el tiempo y las relaciones que creamos con otros seres y también con los objetos. ¿Cuánto dura el deseo?

La vanguardia es el futuro eterno, crea lazos duraderos con la materia, con las ideas, forma vínculos afectivos con los objetos y de esta manera les otorga vida. La vanguardia es un clásico que se actualiza, y así reescribe el presente, porque posee una temporalidad sensible, lejos de la velocidad del imperativo del descarte que siempre espera algo nuevo, algo que está por venir.

Nuestra temporalidad es más lenta, habitamos los detalles de nuestro mundo que combina lo racional con lo fantástico; huele a una urbe que adoramos, agresiva, nostálgica y bella. Estamos en el presente, nuestra mirada se sitúa acá, conectadas con el pasado y creando futuro, recargado y transformado con la proyección de diferentes mundos posibles, más cuidados y amorosos.

Nuestros trajes transportan historias, un código por fuera de lo rápido, de lo ¡ya!, de lo descartable y de los modos clásicos de posesión que generan la permanente acumulación de desechos que nos hunde. No queremos mucho o más, lo trascendente es poco, hermoso y tranquilo, practicamos la templanza de lo eterno que al habitarlo le imprimimos nuevos significados. Nuestra revolución es permanecer, quedarnos con aquello que deseamos. Una prenda grandiosa siempre será eterna porque nos vincula con ese deseo transformado por nosotras.

Así se construye la identidad argentina que refleja la costumbre de consumir distinta a la de deglutir, elegante y editada. El tentáculo de nuestra mirada toma algo de cada elemento de la tradición argentina y lo une de forma simbólica en una prenda que convive con todos sus climas, porque ya no hablamos de estaciones sino de ocasiones, sensaciones y deseos. ¿es igual el verano en Buenos aires que en Mendoza o en Concordia?

El traje no nos tapa, nos potencia porque cuando nos viste nos desnuda mostrando la verdadera esencia que brota cuando nos animamos a desafiar los límites impuestos; nos imprime las historias propias que queremos contar. El diseño no se separa del cuerpo que lo posee, se vuelve colectivo cuando circula.

La revolución del deseo es la reinterpretación del tiempo, es el afecto y ya no el efecto; elegir lo lento, permanecer en el espacio para habitar los objetos, amarlos por más tiempo. Elegimos materiales nobles, con diseños clásicos y con procesos de producción cuidados.  Si el traje es la interfaz que nos conecta con el mundo deseamos cuidarla y reimprimirla con nuestra historia.  ¿Recordás la historia que te contaron de esa prenda que heredaste? Esa es la cadena de significados que deseamos iniciar.